Benicàssim ha sido, desde que muchos tenemos constancia, una población que combinaba su parte tradicional de terrenos repletos de almendros, naranjos y vides a los pies del Desierto, con un turismo de sol y playa que revolucionó pueblos costeros de norte a sur del país.
Y hasta hace bien poquito, llegaba pascua y verano, y solíamos oír aquello de “¡ya han llegado los madrileños!”, equipados hasta las trancas para ir a la playa, bañándose pese al frío de abril, y llenando las terrazas de los restaurantes. Eran otros tiempos, y tanto.
La plaza de Los Dolores era ‘impracticable’, cruzarla en fin de semana se convertía en una odisea y entrar en los locales era casi cuestión divina. Se oía el gentío desde la iglesia, punto donde incluso habiendo quedado te costaba encontrar a los tuyos.
Pero por cuestiones que más o menos todos conocemos, llegó la ruina, se acabó el ocio, murió buena parte de la vida veraniega, el turismo, y Benicàssim gracias a la ZAS dejó de ser el destino principal de las noches de estío.
Por suerte, el FIB con los hermanos Morán aún al frente estaba en su punto álgido, con un número muy importante de público español, sin crisis, y que compensaba de alguna manera el varapalo. Y ahí es donde nos apoyamos todos, cual clavo ardiendo, porque se convirtió en un verdadero filón el vivir del fiber.
Y después llegó el Viña Rock con su diluvio, el Rototom Sunsplash e incluso el no sabemos si único, Costa de Fuego. Y dejamos de ser aquella población costera de turismo de sol, para ser ciudad de festivales.
Si tiramos de memoria nos salen enseguida el Francisco Tárrega, el de habaneras, lírico, blues, teatro, etcétera, y sí, ha sido bonito mientras ha durado, pero la crisis es una situación dura que ha alcanzado hasta al majestuoso FIB, y entonces es cuando de nuevo toca replantearse si hay que seguir exprimiendo este modelo o abrir la mente y buscar alternativas no sólo por desestacionalizar, sino por explorar las múltiples opciones que puede ofrecer Benicàssim.
Quizás hay que retomar la ruta de la tapa ahora que tenemos una muy digna zona de tapeo, ahora que podemos decir “me voy de tascas”, ahora que se vuelve a oír el runrún del gentío desde detrás de la iglesia. Pero no emplazarla en fiestas para rellenar el librito con actos.
¿Por qué no aprovechar un mes entero, abril o mayo en función de cuándo caiga pascua, y así dar tiempo a poder disfrutarla sin excusas de agenda, con alta participación, y que atraiga ya no sólo a nuestros vecinos de poblaciones cercanas, sino que sea un atractivo para turistas de semana santa que vuelvan a encontrarse un Benicàssim vivo, con alegría, ambientazo, y que respalde a nuestros hosteleros, más allá de los meses fuertes de calor?
Aquí dejamos nuestra propuesta, por si gusta, y porque en pueblos como Almassora, los 23 negocios participantes este 2013 han recaudado un total de 70.000 euros.