Benicàssim despide a Romalda, la ballena gigante de 23 metros que ha convertido la plaza de Les Corts en un océano de arte y conciencia. Durante días, esta imponente escultura de madera y huesos reales ha inspirado a cientos de escolares y familias a reflexionar sobre la sostenibilidad y el futuro del planeta. Más que una obra, Romalda ha sido una experiencia educativa y emocional que ha unido arte, medio ambiente y comunidad bajo la mirada del artista y educador Rafa Gallent, impulsor de la Asociación Ciutat Feliç.
«Lo que queremos es buscar la relación entre las personas a través del arte”, resume Gallent, que lleva siete años desarrollando este proyecto de arte social con un mismo propósito: conectar a las personas mediante la creatividad y la reflexión.



Su iniciativa nació con la Ciutat Feliç, una ciudad simbólica construida con miles de casitas de madera pintadas por escolares, y ha evolucionado hasta llegar a esta ballena monumental que simboliza el diálogo entre humanidad y naturaleza.
Una ballena nacida del mar y de la tierra
Romalda está formada por la cabeza real de un rorcual común, la ballena más grande del Mediterráneo, encallado tiempo atrás en la costa, y por un tronco de eucalipto tallado a modo de vértebras, representando la unión entre los dos grandes pulmones del planeta: el mar y los bosques.
«La ballena tiene una conversación con la Ciutat Feliç, donde le cuenta, después de haber dado vueltas por el mundo, cómo está el planeta y cómo podemos enfocar nuestras vidas de manera más sostenible”, explica Gallent.



Cada vértebra fue creada o decorada en colaboración con asociaciones, artistas y entidades educativas.
«Los materiales tienen que volver a la tierra porque los recursos son finitos y somos muchas personas consumiendo y ejerciendo una vida en la que tenemos que coexistir con el planeta”, reflexiona el artista.
A su alrededor, los talleres de palabras y emociones invitaron a los participantes a dejar mensajes, deseos o compromisos escritos sobre las piezas que conforman el esqueleto de la ballena.
Aprendizaje compartido y conciencia ecológica
El proyecto, coordinado junto al Ayuntamiento de Benicàssim, reunió a los principales centros educativos del municipio —Santa Àgueda, Palmerar, Liceo, IES Violant Casalduch y las Escoletes Municipales Tasio y Doloretes—, que participaron activamente en los talleres. Las mañanas estuvieron dedicadas a los colegios y las tardes, abiertas al público, permitieron que familias enteras se sumaran a esta experiencia artística intergeneracional.
“Estamos muy cerca de las 8.000 casitas, aunque aquí llevamos 150, y lo que queremos es precisamente completar el proyecto con otras iniciativas. Aquí nos acompaña nada más y nada menos que la ballena Romalda”, señala Gallent, que destaca la enorme implicación del público y la conexión que el arte despierta cuando se convierte en vehículo de emociones compartidas.
El cierre de las jornadas estuvo marcado por la actuación musical de Salva ‘El Mussennacitu’, que interpretó la Cançó de Romalda y puso banda sonora al proyecto, acompañando con ritmo y emoción el mensaje de esperanza que había inspirado toda la experiencia.
Arte que deja huella
Más allá de su tamaño o de su presencia imponente, Romalda ha sido una lección de vida. En cada ciudad que visita, la ballena crece con las aportaciones de la gente que la rodea, absorbiendo historias, frases y miradas que se suman a su viaje.



“Aquí nos habla de materiales, de la escasez de algunos minerales, de cómo una residencia puede colaborar o cómo podemos mantener viva una vértebra gracias a un tema vegetal”, describe su creador.
Su paso por Benicàssim deja una huella profunda y una reflexión que va más allá de lo artístico. Romalda demuestra que la educación ambiental puede ser también emoción, arte y participación ciudadana. Un proyecto que ha recordado, en el corazón de la ciudad, que cuidar el planeta empieza por imaginarlo juntos.








