Héctor Lobo // Benicàssim
¿Quién no se ha sentido atraído alguna vez por unas ruinas que la vegetación ha ido ocupando? ¿O fascinado por vagar entre piedras caídas cargadas de historia y que el paso del tiempo ha ido erosionando? ¿O emocionado al evocar los acontecimientos ocurridos, las gentes que vivieron o pasaron por ahí…? Fueron los artistas románticos del siglo XVIII los primeros que reivindicaron estos lugares dotándolos de un halo de misterio y melancolía, que ha llegado a nuestros días.
Con un poco de curiosidad y ganas de salir al monte, no es difícil encontrar tales sitios próximos a nuestro lugar de residencia. Cerca de Benicàssim, en el Desert de les Palmes existen varios ejemplos de lugares históricos abandonados. Uno de los más interesantes es, sin duda, el Castillo de Miravet (no confundir con otro castillo homónimo de la provincia de Tarragona, en la ribera del Ebro).
Situado en la zona más septentrional del parque, el castillo domina la antiguamente llamada Tinença de Miravet, en el término de Cabanes, sobre un espolón de roca caliza a 300 metros sobre el nivel del mar, rodeado de pinares.
Etimológicamente, Miravet nos indica una fundación musulmana, pero las primeras referencias históricas que se tienen del castillo datan de la época del Cid Campeador (¡cómo no!), quien lo conquistó a los musulmanes en el año 1091. Entre 1093 y 1103 los reyes de Aragón nombraron varios gobernadores con el objeto de contener la invasión de los almorávides, pero no se pudo consolidar la conquista hasta poco más de un siglo después, cuando Jaume I inició la toma definitiva. El castillo pasó a propiedad del obispado y el cabildo de Tortosa. Su importancia fue declinando al perder su valor estratégico como fortaleza de frontera, unido al auge de poblaciones cercanas como Cabanes y Benlloch. Finalmente quedó abandonado a principios del S.XVII. Desde entonces la ruina, la naturaleza y el paso del tiempo han ido limando sus muros, hasta su estado actual.
La forma más sencilla de acceder al castillo es desde aproximadamente el km. 6 de la carretera que une Cabanes con Oropesa. Un pequeño entradero en la carretera permite dejar el coche, justo donde comienza un sendero en el que hay un pino en medio. Al lado, una indicación de madera señala el comienzo de la subida al castillo.
El sendero zigzaguea mientras va cogiendo altura y se interna en un frondoso pinar. Un par de kilómetros cuesta arriba más tarde, cuando el terreno empieza a clarear, se llega a los poderoso muros del recinto exterior. Pasada esta primera barrera el sendero se divide en varios ramales que permiten ir descubriendo los numerosos restos que subsisten: la pequeña iglesia de San Martín y San Bartolomé, elementos defensivos como muros o torreones, arcos góticos de antiguas dependencias, aljibes o corrales del poblado que hubo intramuros.
No hay que dejar de subir a la torre del homenaje, desde donde se divisan unas excelentes vistas que abarcan desde el mar y la línea costera, a los barrancos de Miravet y el Negre, y el valle del río Xinxilla por donde serpentea la carretera que dejamos con anterioridad. Desde esta impresionante atalaya era sencilla la comunicación, mediante hogueras y antorchas, con otros castillos cercanos como el desaparecido de la Zufera y el que domina la Plana de Castellón, Montornés.
Tras deambular sin prisa y disfrutar con las ruinas, se puede seguir camino, saliendo por la parte opuesta del castillo, y tras atravesar un estrecho risco, continuar por un sendero entre coscojos, que desemboca en una pista rojiza, entre pinares, campos de olivos y almendros, que desciende a la Font del Perelló. Un frondoso paraje entre grandes chopos ideal para un picnic en plena naturaleza.
Un poco antes, y en un recodo del camino, aparece una señalización que nos indica La Fundación Los Madroños: una casa de reposo y escuela de salud, que ofrece estancias, talleres y cursos para escapar de la rutina urbanita.
Para concluir la visita a la zona nada mejor que acercarse a otra fuente, la Font de Miravet, nuevamente junto a la carretera de Cabanes-Oropesa, justo en la falda de la colina que corona el castillo. Un buen lugar para tomar un trago de agua fresca. Es una de las fuentes de la zona con mayor caudal continuo de agua, resintiéndose muy poco en temporada de sequías, y lugar donde la gente de los pueblos cercanos suele venir a llenar sus garrafas de agua.
Un paraje inmejorable para sentarse y descansar, aprovechando los primeros y apetecibles rayos de este sol invernal. Un buen momento, también, junto al murmullo del agua, para dejarse llevar por los recuerdos de las ruinas exploradas y sus hechos históricos, y recuperar la historia más reciente de esta zona: cuando en este encajonado valle planearon hacer una autovía para unir el afamado aeropuerto de Castellón con la costa de Oropesa, tan conocida por el pelotazo del ladrillo, y que sólo la movilización ciudadana consiguió detener; y quizás, reflexionar por qué aquello que llaman progreso casi siempre va unido a la riqueza de unos pocos y a la destrucción de nuestro entorno, de nuestro paisaje; a fin de cuentas nuestro único y verdadero patrimonio.
¡Hasta pronto!