JOAN CATALÀ // BENICÀSSIM
En enero hace frío en Benicàssim, pero no un frío cualquiera, hace una humedad que cala entre los huesos y que por mucho que insistas en vestirte con capas y capas, sientes el frío, y es por esto que cualquiera con dos dedos de frente se quedaría en casa frente a la estufa, calentito con la manta leyendo libros en el sofá de casa.
Pero como yo soy así de original, decidí viajar dos semanas a la Laponia finlandesa, que empieza en el círculo polar ártico. Y vaya experiencia.
Sin apenas luz, solo hay dos horas de sol y no sube mucho del horizonte. Casi siempre parece que es noche. Y frío no, lo siguiente. Frío es lo que tenemos en Benicàssim a 10 grados en invierno. Y superfrío son los -18 grados centrígrados que tenemos dentro del congelador de nuestra nevera. Y sin embargo, un frío que te mueres es estar a -24 grados o a -40 grados, porque solo con quitarte los guantes notas cómo se van poniendo rojos, te duelen los dedos y las orejas, y se congelan las pestañas pareciendo un hombre mayor canoso, como Papá Noel, que por cierto es de allí.
Pero bueno, si te equipas, todo va bien. La primera capa debe ser camiseta térmica y pantalón térmico, tipo mallas de correr, y luego ya te vistes encima, y sinceramente, no notas el frío.
El viaje empezaba aterrizando en Helsinki, y mi amigo David del Olmo, que vive en Finlandia con su chica Olivia y su hijita Taimi, nos recogió con su coche hasta su casa, en Jyväskylä. Llegamos y hacía un frío tremendo (o como digo yo: un frío que te cagas). El lago estaba congelado, se podía caminar e ir con bici por su superficie. Tal vez el milagro de Jesucristo que caminaba sobre las aguas no fue en Palestina sino en Finlandia.
Una cosa que aprendimos de Finlandia es que en todas las casas y pisos hay una sauna en el cuarto de baño, toda preparada con sus paredes y techo de madera, el hornillo con piedra donde metes el agua y una ducha fuera para ir duchándote de vez en cuando, una pasada. El primer día, mi amigo David nos invitó a entrar en su sauna y nos preparó dos vasos de agua y dos copas de cava. Todo un lujazo para nosotros, una cosa normal allí. Allí en Jyväskylä pasamos tres días y ya nos pusimos a viajar hacia el norte con coche, un Seat Ibiza.
De Jyväskylä fuimos a Oulu, nos costó cuatro horas en coche y alucinando con los paisajes helados. Hay que decir que en Finlandia los coches llevan taquitos en los neumáticos, y por eso pueden conducir sobre el hielo y la nieve sin que resbale. Muy listos estos finlandeses.
Visitamos Oulu, a -24 grados y al día siguiente fuimos a Kemi a visitar el castillo de hielo y ver el mar, que aunque parezca difícil de creer, estaba congelado. Y ya nos dispusimos a ir a Rovaniemi, la ciudad de Papá Noel. Por el camino volvimos a disfrutar de increíbles paisajes, lugares y emociones.
Era ya 6 de enero. Nada más llegar a Rovaniemi, fuimos al centro caminando por las calles de hielo y nieve, y entramos en una pizzería a tomar una pizza y una cerveza finlandesa. La cerveza allí es carísima, 7 euros una pinta, nada más y nada menos. Mis favoritas la Sandels y la Lapin Kulta. Las recomiendo al 100% para todos los amantes de esta bebida ancestral. Al día siguiente hicimos una excursión con huskies de Alaska, y fue chulísimo atravesar bosques frondosos de la Laponia con esos animalillos simpáticos que te miraban de reojo. Hice muchas fotos y vídeos durante el camino con el trineo que, probablemente, alcanzaba los 15 o 20 kilómetros por hora. También hicimos otra excursión con motos de nieve, que son más duras de conducir de lo que parece en un principio.
Hicimos una travesía de 16 kilómetros, cuando cayó la noche, y fuimos a una casa en medio del bosque para hacernos unas salchichas y un bocadillo y beber zumo de arándano caliente, muy típico de este país.
De Rovaniemi fuimos volviendo ya hacia el sur, y paramos en Kuopio, una ciudad bastante cultural, con una Universidad con 6.000 alumnos, y un centro de exposiciones de fotografías muy interesante. Nos alojamos en pleno centro, frente a la plaza del mercado de las flores, en el hotel Atlas. Nada más llegar, dejamos las maletas y nos fuimos a tomar cervezas en un pub cercano. Y al día siguiente aprovechamos para hacer turismo y visitar cosas. De Kuopio volvimos a Jyväskylä porque organizamos una escapada de 2 noches a Helsinki con David, Olivia y Taimi, y allí que nos fuimos en coche todos juntos.
En Helsinki aprovechamos para hacer turismo y visitar el puerto y el mercadillo, donde compramos algunas cosas, visitamos el palacio de cristal, la iglesia ortodoxa (una de las más grandes del mundo y más grande de Finlandia), visitamos la Catedral de Helsinki y una iglesia que está tallada bajo la roca de una montaña y que tiene un órgano espectacular. Callejeamos mucho en Helsinki, comimos y cenamos de lujo gracias a las recomendaciones de Olivia, y finalmente el domingo volvíamos en el avión de la compañía Norwegian Airlines a Barcelona. Y ya vimos el sol.
Un viaje más cómodo y natural que el Amazonas, más romántico que Roma o Paris, y más interesante para el senderismo y deportes de nieve que los Pirineos o los Alpes, en mi modesta opinión.